
- ¿Por qué todos los indigentes se nos tienen que acercar?, preguntó, harta de la situación.
- Es mi culpa, los atraigo como la miel atrae a las abejas. Soy irresistible y a mi lado se sienten un poco más normales. - dijo, haciendo gala de su infatigable ironía.
Volvió a leer el mensaje. Le resultó extraño leer el remitente y que su corazón no latiera más deprisa, una sarcástica media sonrisa se dibujó en su rostro. Resultaba hasta un punto enfermizo, intentaba comprender el mensaje, pero no podía y aquello la enfadaba aún más. Rozaba lo obsesivo y eso la asustaba. Sabía cuales eran sus limitaciones y aquellos pensamientos no eran sanos. Cogió una hoja y comenzó a anotar. Sabía que al dejar de escribir, aquello que sentía se iría, junto con la hoja, a la basura. No era sano. No era nada sano.
Una inexplicable atracción le recorría el cuerpo y la mente cada vez que, de nuevo, aparecía. ¿No te había quedado claro la última vez? ¿No fui suficientemente clara o cruel? ¿Qué te mueve a hacer lo que haces? ¿No causaste ya suficiente daño? -, volvió a recapitular. No entendía por qué lo hacía, ni que pretendía. No se paró a reflexionar en las consecuencias de haber estado pensando en ese mensaje todo un día. Solo un pensamiento le rondaba la cabeza...
Visitó a una vieja amiga y le contó la situación. Su respuesta más que enfadarla, le causó cierta gracia:
- Siempre maravillaste a las desgracias humanas y a tí siempre te cautivaron. Ni te acerques esta vez.
No apartó la mirada, sabía que resultaba cruel y retorcida. Estiró el brazo y cogió un Lucky Strike. Fumó y no le respondió, sólo la miró.
Volverá a continuar...?
Daroga Inc. - Cuando después de escupir al cielo, estás limpiando con tu lengua mi suelo, ahora sí, me siento un poco mejor...
Fer...ahora te voy a meter más prisa todavía!
ResponderEliminarme encanta la parte en la que fuma y la mira sin contestarle. Esa imagen la recreo mi cabeza como si nada. Parece acostumbrada.
Que encanto de vagamundos
ResponderEliminar